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176 Y la tierra te manda sus rüidos, Mas tu alma se levanta Y pasea encendidos Por entre eternos soles sus sentidos, sino d,~ la oración considerada como un movimiento del alma hacia Dios. Víctor Hugo, el profeta de la democracia francesa, cuyo cerebro era un volcán de romanticismo, se pregunta en una de sus obras, que no quiero nombrar: «¿Qué es orar?» Y en su imaginación ve cómo aparecen dos infinitos; uno interior, dentro de nosotros y otro superior, fuera. El inferior es el al– ma4 el superior es Dios. Y hecho esto se contesta: «Orar es poner en contacto con el pensamiento el infinito inferior con el infinito superior. El pensamiento, la meditación y la plega– ria son grandes irradiaciones misteriosas y tenemos obliga– ción de respetarlas. ¿Dónde se dirigen estos magestuosos ra– yos del alma?.. Hacia la luz.» Pues bien, la oración así considerada, es tan natural al hombre como lo es a los ríos el volver al mar donde salieron y a los niños el correr hacia su madre. El comercio del hom– bre con Dios, con todo ese cortejo de altares, templos, sa– cerdotes, sacrificios, ceremonias y cultos, es un fenómeno constante tanto en los pueblos primitivos como en los civili– zados. El hombre se ha sentido siempre atraído hacia algo superior que proteja su debilidad, su ignorancia y su pobreza moral. Por eso, el hombre ha orado siempre, porque encuen– tra dentro de sí algo que le dice que en Dios está su principio, su causa y su fin. De aquí que para no orar és necesario aho– gar:antes una de las tendencias más fuertes del alma humana, lo cual nunca se consigue por completo, pues hay momentos en la vida del hombre tan difíciles, que la naturaleza atropella por todo, recobra sus derechos y vuela hacia Dios. Y esto lo ha expresado muy bien el escritor Aquiles Mauri: «La oración nació del primer suspiro, de la primera alegría,

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