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175 De sobra me sé yo, mi buen amigo, que los hombres de nuestros días no oran ni rezan, ya que 1 si así lo hicieran, no habría ni tanta inmoralidad, ni tanta cobardía moral entre ellos. Pero dejemos a. un lado a toda esa gente que sufre de incapa– cidad crónica para darse cuenta de ciertas cosas y entremos en el asunto. Ante todo conviene no confundir «orar» y «rezan>, ya que por confundirlo se esp~ntan muchos hombres, pues creen que la Religión obliga a desgranar continuamente «Padre nuestros», «Ave Marías», Novenas y Rosarios, ir a Misa con un libro y asistir a todas las procesiones con un cirio en la tna• no y cantando a pleno pulmón. No, mi amigo. Así como .haría– mos muy mal. en condenar estas cosas que son muy buenas y muy recomendables, mientras no haya en ellas exageraciones y fanatismos, que la Religión és la primera en condenar, así haríamos muy mal en no comprender que el hombre por sus ocupaciones y hasta por su psicología especial, no es ni pue– de ser, tan rezador como la mujer, que por su misma natura– leza más sentimental y expresiva, tiende naturalmente a ex– teriorizaren palabras los afectos de su alma delicada y sensible. Orar no es .otra cosa sino levantar a Dios nuestra mente y nuestro corazón para rendirle .el homenaje que como criatu– ras le debemos y pedirle lo que necesitamos. De modo que la oración es un contacto espiritual que se establece entre Dios y el alma, entre la criatura y el Creador, entre nuestra debi– lidad y su o.mnipotencia. Si este contacto se hace por medio de palabras, entonces el orar se llama rezar. Y no voy a tra– tar aquí de la oración hecha con palabras, porque esto supo• ne ya una buena dósis de fe y espíritu religioso de que Vd. carece por ahora,. ni t~mpoco de la oración más subida llama– da contemplación, a la que no llegan más que las almas ver• daderamente espirituales a las cuales .se refería Fr. Luis de León cuando escribía: Huella el suelo tu planta
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