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170 los destinos de la humanidad, sino de sus mismos planes. ¿Con qué derecho podría Dios echarle en cara el haber des• baratado su obra, si ante la imposibilidad moral y física en que el hombre se encuentra; pudo El remediarlo y no lo hizo? De todo Jo dicho debe Vd. concluir que la Revelación .existe y buena prueba de ello es el ver que todas las religio• nes la admiten y todas se jactan de poseer doctrinas revela· das y comunicaciones con la Divinidad. En todas encontra– mos sacerdotes, oráculos, sibilas, augures, que reciben men• sajes de Dios para comunicarlos a los hombres. Zarathustra se decía enviado de Dios y su libro Zendavesta es tenido co– mo el depósito de sus comunicaciones con el cielo. Mahoma aseguraba que su doctrina habíale sido revelada por el arcán– gel San Gabriel. Confucio es venerado como el revelador de la voluntad divina y Buda y Manú y los Bramanes y los li– bros vedas y el Shintoismo de Hasegawa, todos alargan sus raíces y echan sus cimientos sobre esa comunicación con la Divinidad, lo mismo cuando Sertorio simula escuchar de no– che a su cervatilla, que cuando, como nos dice Ovidio en su «Metamorfosis: «Protinus ereptas viventí pectare fibras. Inspiciunt, mentesque Deum - scrutantur in illis». (1) ¿No es esta unanimidad de prácticas y creencias un fenó- meno revelador de que la humanidad ha tenido siempre como posible, necesaria y realmente existente esa comunicación de Dios con los hombres? Aquí aquello de Cicerón: «De quo omnium natura consentit, id verum esse necesse est... » No puede menos de ser verdad lo que por sí mismo ha llegado a imponerse a todos los hombres. 1 Y si Vd., mi querido amigo, convencido de lo que ante– cede, quiere saber dónde se encuentra hoy la única y verda– dera Revelación, le contestaré que en la Sagrada Escritura; (1) Miran· y escudriñan las fibras del corazón todavía palpitante de las víctimas y buscan en ellas los designios de, los dioses. ·

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