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162 han sido estos? Para calcularlo necesitaríamos conocer la an– tigüedad del hombre, problema éste no resuelto todavía por la ciencia. Por éso, dejando a un lado, por exageradas, las cronologías históricas de los pueblos orientales y las geoló– gicas de Hansen y De Mortillet con sus 200.000 años, voy a dar al hombre una antigüedad de 40.000 años, que es el doble de lo que le asignan los investigadores más serios como Kir– wan y Lapparent. Pues bien; 40.000 años son 400 siglos, que a tres generaciones por siglo, nos dan 1.200 generaciones y como cada generación terrestre consta de unos 1.500 millo– nes de individuos, tendremos que hasta hoy han pasado por la tierra un billón ochocientos mil millones de habitantes, los cuales. a 60 kgs. de peso medio, nos dan l 08 billones de kgs. de modo que de los 432 billones de kgs. que sólo un metro de' expesor de la superficie de los continentes pone a nuestra disposición, no se han gastado todavía más que 108, de los que habría que rebajar por lo menos dos terceras partes, a causa de la fuerte cantidad de agua que entra en la constitu– ción de los elementos del cuerpo humano. Como ve, no hay porqué apurarse, pues todavía hay reservas para más de 1.500 siglos. 3. 0 ) «Además-sigue Vd. diciendo-según las célebres experiencias de Flourens, el cuerpo del hombre se renueva sin cesar, pudiéndose comparar a un ríó cuyas aguas, siempre distintas, pasan de continuo. De aquí resulta que, aun sin contar el caso de los caníbales que se comen unos a otros, muchas moléculas de un cuerpo pueden pertenecer sucesiva– mente a dos y más individuos por las continuas transforma• dones que sufren. ¿A cual de los cuerpos las va a dar Dios, si hay muchos que las reclaman como suyas?» ' Esta objeción que Vd. me hace es la misma que la que hicieron a Jesucristo respecto a la mujer que había estado ca– sada sucesivamente con si,ete maridos; «En la resurrección– le preguntaban-¿de cual de ellos será esposa? Ante todo reflexione, que no es admisible por el absurdo