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160 puede, ni en el cielo, ni en et infierno, dejar las cosas in– completas. Además, la infinita Justicia de Dios exige también la re– surreción. En efecto, las acciones buenas o malas del hombre son producto, no sólo del alma, sino también del cuerpo, por la íntima unión que existe entre ellos. Et alma se sirve del cuerpo para realizar sus actos y por su parte, el cuerpo con sus sensaciones, sus pasiones, su cerebro, sus nervios, su sangre, excita, conmueve, debilita y obscurece la libertad del alma, de modo que el cuerpo, que durante la vida ha sido socio, cómplice y compañero del alma en el bien y en el mal, parece que debe también tener su parte en el premio y en el castigo, to cual no puede verificarse, si el cuerpo no entra también a gozar de la felicidad del alma, debida a la virtud, o de los sufrimientos del infierno, merecidos por el pecado. De aquí la necesidad de la resurrección final. Esto es suficiente para darse cuenta de cómo la creencia en la resurrección, es perfectamente racional y cómo la fe no hace otra cosa sino asegurar, iluminándola, una idea que la razón presiente en confuso. Pero pasemos a las objeciones que Vd. me hace y que es el lado más interesante de esta cuestión. 1.º-La resurrección,-me dice-es imposible, ya que el cuerpo se descompone en sus elementos con la muerte y se dispersa en todas direcciones. Los gases se difunden en la at– mósfera tan movediza, los líquidos son absorbidos por la tie– rra y la parte sólida se pulveriza y parte entra de nueyo en el· torbellino de la vida, atrnída por las raíces de las plantas, parte es arrastrada por el viento, de modo que donde quiera que ponemos nuestro pie, podemos repetir aquello de Núñez de Arce: Ese polvo árido y yerto ha pensado y ha sentido, .es el despojo perdido de la humanidad que ha muerto.

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