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158 orientación determinada; aquellas piedras y túmulos con que señalaban el lugar de su descanso; aquel embalsamamiento a que los sometían los pueblos más civilizados; aquel rodearlos de armas y utensilios domésticos y hasta de comida, como si de ellos hubieran de necesitar algún día ¿no hace pensar en que algo muy transcedental presentían en aquellos cadáveres? Desde las Pirámides de Egipto que ocultan bajo la fría mirada de su esfinge las tumbas de los faraones, hasta el mausoleo de Adriano, desfila por la Historia toda la antigüedad pagana con sus hipogeos, sus necrópolis, sus urnas cinerarias y sus sarcófagos, atestiguando no sé qué de misterioso y de sa– grada esperanza ,que brotaba de lo& cuerpos de los difuntos y que hacía exclamar a Lactancio:-«No sólo los Profetas, sino también los oráculos, los poetas y los filósofos están acordes en admitir la resurrección.» En uno de los Libros sagrados de los Egipcios se leen estas palabras: «Todos los días se pone el sol y sale de nue– vo; todos los meses desaparece la luna y otra vez se llena; todos los años se renueva la vegetación y el Nilo tiene sus crecidas. Si pues todo renace, el grano de trigo que se entie– rra, el gusano que se esconde en su capullo de sed~ para salir convertidos en mariposa y el árbol cortado retoña con nuevo vigor ¿porqué no ha de renacer el hombre cuya imagen es todo éso?» Los antiguos negros australianos tenían una frase que encierra más filosofía de la que ellos creían.-«To~ dos hemos de resucitar-decían-pero entonces seremos blancos.» Al recordar estas cosas diríase que el hombre ha presen– tido siempre que la resurrección de los cuerpos debe ser una consecuencia de la inmortalidad del alma y espera por lo tan– to, encontrar algún día nuevamente unidos aquellos cuerpos y almas que la muerte había transitoriamente separado. Es– ta aspiración natural y esta idea es la que expresaba el poeta J. A. Calcagno, al escribir: «Cuando la noche que anubló tu frente

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