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CARTA VEINTIUNA Hemos de resucitar UY señor mío: Es mucha verdad que los católicos es- tamos firmemente convencidos de la resurrección de los muertos, es decir, que creemos que ha de llegar un día en que las almas volverán a unirse con sus cuerpos, en que el hombre volverá a rehacerse y cuerpos y almas unidos recibirán la sanción completa de su vida. Y como Vd. me pre– gunta en qué razones fundamos esa extraíia creencia y có– mo resolvemos las objeciones que se nos hacen, voy a con– testarle pará que se dé cuenta una vez más, de lo racional de nuestra fe y de la luz que ella proyecta sobre verdades que la razón nó hace sino entrever confusamente. Muy mal hace Vd. mi amigo, en calificar de «extraña» una idea que ha palpitado en la humanidad desde su. cuna. Es necesario ignorar toda la Historia antigua para hablar de ese modo; pues, aun dejando a un lado al pueblo judío que vivía de ella, enseñada por sus Doctores y Profetas-(recuerde la. famosa visión de Ezequiel en que los huesos se animan y se cubren de carne y viven; las trágicas lamentaciones de Job, que en sus grandes infortunios se .consolaba c8n esa esperan– za; las palabras de María, la hermana de Lázaro, cuando al decirle Jesús, que su hermano resucitaría, ella le contesta desconfiada, que sí, pero que será en la resurrección del úl– timo día y aquellas otras que el mismo Dtps dirige a su pueblo: «Yo abriré vuestros sepulcros y os sacaré de ellos, y sabréis que soy yo el Señor.»)-dejando, digo, a un lado todo ésto, no debe Vd. ignorar que desde las primeras huellas del hom– bre primitivo se nota el respeto, la veneración, el cuidado, que inspiraban los cuerpos de los difuntos, como si algo mis– terioso hubieran visto en ellos. Aquel enterrarlos en una

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