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XIV ignorata damnetur», (1) esto es lo único que he pretendido con mi trabajo. Sé que se han criticado y se han de criticar estas cartas. Unos dirán que me apoyo demasiado en la razón y las cien– cias humanas, olvidando en estas cuestiones religiosas los argumentos tradicionales de la Iglesia; pero tratando con ra– racionalistas y filósofos, para quienes poco o nada valen esos argumentos, me he vestido yo de racionalista y filósofo, para acorralarlos en nombre de la razón y la filosofía, y atacarlos con las mismas armas, cumpliendo aquello de «el que a hierro mata, a hierro muere». A otros les sonará a pedantería el uso y abuso de tantos y tan distintos versos. Pero ¡qué le voy a hacer! Es una manía como tantas otras. He creido dar así más fuerza y amenidad a la lectura. A estos descontentos no tengo sino recordarles aquel. O voi, che avete gl'intelletti sani Mírate la dottrína ches' asconde Sotto il velame degli versi strani. (2) Ya vé si soy incorregible. En fin, muchos se han entretenido en decir, que estas car– tas eran cortas, otros que eran largas, estos que eran oscuras, aquellos que no se leerían, los de aquí que no tenían estilo, los de allí que en vez de atraer al enemigo, le ofenden, los del otro lado que no explayo bien los argumentos, en una palabra, mi querido lector, que es más fácil tirar al ruedo tres mil al– mohadillas desde el tendido de una plaza de toros, que hacer una verónica en el redondel ante las astas de un miura o de un carriquiri. No han faltado tampoco adversarios sinceros, que han bendecido estas cartas, mientras otros, al verse descubiertos y acorralados, se han desatado en insultos y críticas llenas (1) Que no se la condene sin oirla. (2) Vosotros los que tenéis buenas entendederas, fijáos en la doctri– na que se esconde bajo la capa de los versos.
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