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CARTA DIEZ Y NUEVE ¿E~ verdad que el infierno existe? ~uv Sr mío y amigo: Veo por la suya que, a pesar de lo árido de los razonamientos, ha comprendido 1 Vd. perfectamente la importante cuestión de nues– tro destino y la diferencia que existe entre nuestro fin natural y el fin sobrenatural a que Dios ha querido elevarnos sin nin– gún derecho de nuestra parte. ¡Con qué facilidad admitimos lo que nos alaga, lo que nos conviene! Pero quisiera que no ol– vidara que la consecución de ese último fin, es decir, el cielo, la felicidad, implica de nuestra parte una vida moral, recta, de mortificación constante de nuestras pasio_nes, una vida de sujeción a la leyes, de har:er el bien y evitar el mal y que sin esta cooperación libre, valiente y esforzada no llegaremos nunca a conseguirlo. «Pero-exclama y me ha hecho reir su saBda-a pesar de tanta dicha como S. R. pinta, me parece que siento olor a chamusquina, me parece que tenemos en puertas el infierno, esa idea antipática y repulsiva que tan odiosa hace a la Re– ligión y tanto desdice de la Bondad y Amor de Dios y de la cual se sirven Vdes para espantar a los espíritus apocados y analfabetos». Sí, mi querido amigo, hoy quiero hablarle del infierno, no solo porque así .me lo pidió Vd. en su carta anterior, sino porque es lógico que después de haber tratado de nuestro úl– timo fin, que es Dios conocido y amado, tratemos del reverso de la cuestión, es decir, del infierno, ya que no todos los hom– bres caminan por la línea recta del deber. Y cónstele desde ya, que aquí no se trata de espantar ni engafiar a nadie, sino de investigar qué hay de cierto en ese asunto, dejando a un
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