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140 en el terreno de la razón y de la Filosofía y que constituye lo que llamamos «el Cielo», del que Vd. parecereirse, sin duda por no haber entendido su significado y por eso voy a decirle unas palabras. . Ante todo el cielo que, como le digo, es el destino sobre– natural del hombre; no es un lugar sino un estado del alma. El cielo es 1.a posesión de Dios mediante el conocimiento y el .amor, realizado de un modo que jamás hubiera soñado el hom– bre. Por eso donde está Dios está el cielo para las almas y como Dios está en todas partes, en todas partes pue~e estar .eJ cielo. Además el cielo no consiste, como Vd. dice, en goces materiales y sensualistas, sino en la visión y el amor de Dios, de donde resulta el reposo, el descanso, la satisfacción de to– das las aspiraciones que tanto torturan aquí abajo al hombre, :la unión de todos los bienes, la ausencia de todos los males y la seguridad de que este estado de plena felicidad ha de ser eterno como Dios es eterno y el alma inmortal. Esto es el cie– lo del que se ha dicho con mucha razón que todo cuanto po– damos hacer y padecer en la vida por conseguirlo no es nada ·en comparación de esa gloria y esa dicha que Dios tiene pre-. :parada a los que han sabido amarle sobre la tierra y que hacía exclamar a Santa Teresa. Vivo sin vivir en mí Y tan alta vida espero, Que muero porque no muero. :Si nosotros lo materializamos es para comprenderlo de algu– na manera. La naturaleza humana ni es capaz, ni exige de suyo se– mejante elevación, como es ver a Dios, no indirectamente por medio de la razón, sino cara a cara, ayudados de esa ley de -óptica especial, de esos anteojos de larga vista, que los teó– logos llaman « lumen gloriae», luz de la gloria, y allí sumer– girnos en los resplandores de la verdad eterna, y sentir el :amor sin límites, el gozo sin medida, la satisfacción y el des-

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