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138 acostumbrado a profundizar en estos problemas que nie• gan y rechazan con una temeridad tan grande como su igno– rancia, porque más que de ideas viven de sensaciones. Pero estudiemos también un poco nue~tra misma natura– .leza y en ella encontrnremos algo que nos ayudará a solucio– .nar la importante cuestión de nuestro destino. Es innegable que existen en el hombre sefiales de una orientación fija hacia un punto misterioso que le atrae, como atrae el polo magnético a la aguja imantada de una brújula. Es– tamos imantados, mi a:migo, Hay en nosotros inquietudes, aspiraciones y anhelos que nos traen en continuo. desaso– siego. Hay suefios, ansias, deseos que quisiéramos realizar. Hay en una palabra un hambre insaciada e insaciable de feli– cidad. Todos la buscamos. Como jauría de perros cazadores que rastrean la presa, vamos los hombres oteando por todos los caminos de la vida con la esperanza de poder acallar al– guna vez esa aspiración, esa hambre de felicidad que todos sentimos y que sin embargo nada ni nadie sacia, porque nada nos satisface y todo ncs désilusiona, pudiendo exclamar que Por todas partes implacable y frío Fué detrás de mis pasos el Hastío. ¿Es posible, mi querido amigo, que Dios haya lanzado el hombre a la existencia, para que pase por el mundo, como otro Sísifo, cargado con el peso enorme del vacío que siente en su cora:rón, para que se agite sin dt½scanso en derredor de algo que no existe, para que sienta hambre de una felicidad que jamás encontrará, para que muera desesperado después de ha– ber'sentido la mordedura de aquella bestia Che mai non empie la bramosa voglid E dopo il pasto ha pía /ame che pria? (1) Esto no puede ser. La Bondad de Dios lo repugna. Es necesario que todas esas aspiraciones tengan un objeto que las sacia y cuya existencia real, y positiva es precisamente la (1) Nunca llena su.insaciable hambre, y cuanto más come, más la siente. ,
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