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Nuestro destino en la duda Nuestro término en .la sombra, 135 con que Núfíez de Arce pagó tributo al excepticismo irreflexi– vo de su tiempo, tan de moda entre los que se .jactaban de «intelectuales». Lo racional y lo indiscutible es que siel hombre es inmortal en su parte más noble y si el hombre sin embargo pasa y desaparece, en algún sitio se ha de encontrar. después de su muerte y hacia algún término se ha de mover mientras vive. No está por lo tanto fuera del lugar lo que Vd. con cierto aire zumbóu me pregunta: «Pero, R. P. ¿qué es eso del cielo y del infierno? ¿Qué son esos goces y tormentos tan materiales, tan sensualistas, tan exagerados de que Vdes. nos hablan y que, si conmueven a las mujeres, no logran convencer a 1:os hombres? ¿Qué son esos destinos de las almas, esos premios y castigos, esas ale.– grías y esos tormentos que con más o menos variantes se en– cuentran en todas las religiones? ¿Es cierto que hay algo que esperar y algo que temer después de esta vida?» ... ¡Muy bien, mi querido amigo! Con sus preguntas me in– troduce Vd. en la cuestión importantísima del fin que tiene el hombre y hacia el cual se ha de dirigir libremente, si quiere evitar el fracaso de su inmortalidad. Saber a dónde vamos, saber donde está e}, término de nuestra vida y una vez cono· cido, 'tener el valor de encauzar hacia él nuestra conducta, he ahí el gran problema, la gran cuestión, que bien. pocos se atreven a afrontar, porque presienten que ella implica la rec– tificación de todos sus errores y de todos sus vicios, que es lo que no están dispuestos a realizar. Voy pues a decirle lo que hay de cierto sobre asunto de tanta importancia. Hemos visto en nuestras cartas anteriores como recorda– rá, que es una verdad filosófica y científica que el hombre viene de Dios, que en su origen es obra directa de la divina om– nipotencia, por mucho que griten y protesten todos los se– cuaces del evolucionismo materialista. Pero aquí viene el pro-
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