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CARTA ÜECIMAOCTAVA El porqué del hombre UY señor mío y amigo: No sé si ante las preguntas que en su última me hace y que demuestran bien a ~~~ las claras la preocupación originada en su espíritu por el problema religioso, no sé-digo-si voy a poder man· tenerme en el terreno puramente filosófico, ya que algunas de ellas tocan en las fronteras de lo sobrenatural que me había ·propuesto no traspasar, pues con mi correspondencia no pre– tendo otra cosa sino demostrarle la racionabilidad de nuestras creencias religiosas frente a las dudas y objeciones que Vd. me hace. Cierto, ciertísimo, aquello de la fuente de Dobson: Time /líes, you say ¡ Ah, no! Time stays,we go. (1) Somos nosotros los que con nuestro incesante movimien– to y nJestro continuo pasar por la vida, hemos elaborado la idea de tiempo. Somos nosotros los que marchamos. Pero ¿a donde? ¿Hacia algo real y positivo qee se presenta a nuestro espíritu como una estación de llegada, o vamos hacia el va– cío y la nada de donde nos sacó Dios con su fuerza .creado· ra? Esto último no es posible desde el momento en que existe como vimos, en el hombre un elemento inmortal, el alma, y no tiene razón por lo tanto aquel Cae en mortal cautiverio cuanto el alma, inquieta y muda, Busca y ama, anhela y nombra. Nuestra vida en el misterio (1) Tú dices que el tiempo pasa..iOh no! Somos nosotros los que pasarnos.
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