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XIII dividuos y la sociedad y se proclaman la libertad de concien• cia y de cultos, en países profunda y netamente católicos, atropellando derechos inalienables, por una minoría insolente materialista y atea, apenas produzcan impresión en la gran masa del pueblo y no falten muchos que piensen y crean que semejantes errores y atropellos, están legitimados por una li– bertad, un progreso y una civilización, que distan mucho de serlo. Hoy ya no le basta al cristiano «la fe del carbonero», no le basta con aprender de memoria el catecismo. Se necesita algo más en estos tiempos de lucha de ideas, de pasiones exaltadas y de odios religiosos. Y ese algo es el conoci– miento serio de nuestra religión y del por qué ·de nuestras creencias. Quien ha de vivir en las modernas sociedades y no lleve a bordo esta ancla que le mantenga fijo en medio de tanto fluctuar de ideas y pasiones, ha de naufragar necesa– riamente, acallando los gritos de la conciencia que protesta, y haciendo concesiones inmorales a los enemigos, que se ríen y se envalentonan ante una debilidad de creencias hijas de la ignorancia; Y este es nuestro pecado; el de todos! El no haber sabido formar un ejército de cristianos, convencidos fuertemente de la racionabilidad de su fe y de su Religión, capaces de soste– ner sus creendas frente a las acometidas de charlatanes, vi- · , vidores y viciosos, para quienes la fe y la religión son un es– torbo, porque, como la voz del Bautista, gritan sin miedo el «non licet tibi» no te es lícito, que detiene el carro lleno de flores y amarga las dulzuras del banquete, recordando al hom– bre que es un peregrino· que pasa por el escenario del mundo y nada. más; un gusano que se arrastra penosamente entre dos abismos eternos: la nada de donde viene y el más allá de la tu11 ba. Inst- •uir y orientar a los espíritus sinceros, detener el ca– rro a los que atropellan con gestos de conquistador, pedir a todos lo que siempre ha pedido la verdad y la religión, «ne

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