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12.1 ciente y la esperanza de poder mejorar nuestra situación ¿quién querría trabajar, ni estudiar, ni sacrificarse por los de– más? ¿Quién haría los oficios bajos y humildes, los que exigen un esfuerzo mental o muscular? Nadie. ¿Se da cuenta ahora de la Sabiduría y Providencia de Dios en el gobierno del mundo, cuando dejando a la natura– za, que siga sus leyes, no interviene para producir una igual– dad que sería la muerte del orden y el estancamiento .de la humanidad? Me dirá que hay explotaciones inicuas, que hay hombres que abusan de su situación y para enriquecerse tra– fican con la necesidad en que se ven los otros. Demasiado lo sé, mi querido amigo: pero ¿qué quiere? ¿Va Dios a quitar a los hombres la libertad,. convirtiéndolos en máquinas? ¿Quiere que esté haciendo milagros, intervi.niehdo directamente en cada caso particular? No. Para eso está la Ley civil, la auto– ridad, que son las que deben poner remedio y castigar esos. abusos y explotaciones. Es verdad que Jesucristo no quiso nunca legislar sobre el capitalismo. Su Evangelio no es un curso de Sodología o de Economía política. Pero es innegable que hay en su doctrina principios fundamentales que practicados con · sinceridad, su– primirían la mayor parte de los problemas económicos que agitan a la sociedad. La igualdad, la fraternidad, el amor, la justicia, que con tanto valor predicó a los hombres son cosas que se han olvidado por desgracia. Aquellas condenaciones rotundas del capitalismo en sus tres desorientaciones más co– munes, el capitalismo idólatra de los qUe viven con la ob– sesión del oro y hacen de las riquezas m{üios al cual consa– gran toda su existencia: el capitalismo libertino de aquellos que olvidándose de que las. riquezas· no son el resultado de los esfuerzos de un hombre sólo, sino que en su producción intervienen muchos factores sociales, las derrochan y malgas– tan en lujos y vicios que s9n un escándalo y un mal ejemplo, como si tuvieran derecho a tirarlas de un modo estéril y ofen– sivo para los pobres; el capitalismo estéril de los avaros

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