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118 ¡Oh monjes que en la celda solitaria, En tan agrios lugares escondida, Rompisteis con el don de la plegaria Todas las servidumbres de la vida! Vamos, pues, a ver, sin prejuicios y con tranquilidad, lo que hay acerca de ese asunto de las desigualdades socil:1les, tan manoseado por los explotadores de las pasiones populares y que tanto malestar produce en las "clases humildes de la so– ciedad, cuando no están bien arraigadas en los principios religiosos. Las desigualdades existen. Este es un hecho innegable. Tracemos una línea horizontal, que simbolice la línea de nivel, es decir, lo necesario para la vida a que todos tenemos dere– cho. Por encima de esa línea·van subiendo los ricos, los que tienen más de lo que necesitan, los que tienen de sobra has– ta llegar a esas riquezas verdaderamente fabulosas, a esos la– tifundios inmensos con los que habría para sostener a un pue– blo. Por debajo de esa línea y en capas cada vez más profun– das, encontramos a los pobres, a los que no tienen lo necesa– rio, desde el obrero que trabajando todo el día apenas puede sostener a los suyos, hasta esos infelices desheredados que se sumergen en la miseria más dolorosa. Esta jerarquía de desigualdades es incuestionable, como también lo es el que .siempre ha existido en la tierra desde que hay hombres, ape– sar de todo el progreso y civilización a que hemos llegado y de todos los medios y toda la buena voluntad que han pues– to sociólogos y gobernantes para que desaparezca. ¿De dónde nace pues esa desigualdad y a que obedece la persistencia de ese fenómeno social que nadie ha podido suprimir en la huma– nidad? Esto solo nos dice ya que su causa debe hallarse en algo fijo y constante, independiente de la voluntad de los hombres. No hay duda de que las riquezas legítimas son siempre ex– presión del trabajo realizado por uno mismo o porsus ante– pasados, cuando se trata de riquezas heredadas. Pero ¿nos
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