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XI nas si creen en Dios. Su religión ha desaparecido como por encanto y lo curioso es que viven tan tranquilos y todavía -dicen con aires de satisfacción, tan grande como su ignoran– da: «Aqufse vive. Alli, los curas nos tenían con los ojos ,cerrados.» ¿Cómo explicar este fenómeno? ¿No levanta esto un pro– blema angustioso a todos los educadores de religión? ¿No nos dice que es necesario rectificar algo y que hemos pade– ddo un error pedagógico, por no cambiar de método, empren– <liendo otros caminos que los trillados? Porque no hay que echar toda la culpa al ambiente materialista que en aquella tierra se respira, ni al «aurí sacra /ames» que pone en vértigo las ruedas de sus inmensas ciudades y sus campos como mares. No. La influencia del medio no es fatal sino en los débiles ,en fos enfermos y en los mal formados y la prueba está en que hay allf también honrosísimas excepciones, que saben reaccio– nar contra el ambiente y se mantienen inflexiblemente lógicos en sus creencias, siendo la gloria y el honor de las colonias. Pero hay más todavía, porque no es solamente allá, en las .almas transplantadas por la emigración, donde se nota esa .apostasia y deserción de la foy la moral cristiana; es también aquí E:n Europa, donde se acusa un descenso alarmante del nivel religioso en los pueblos y un alza escandalosa y repug– nante de la incredulidad y la indiferencia. Y yo me pregunto, pero toda esa gente de allí y de aquí, que con tal naturalidad vuelve sus espaldas a la Religión, ¿no han sido instruíqos cristianamente? ¿No son hijos de fa. milias cristianas? ¿No han sido eclucados en colegios de reli– giosos y religiosas o, a lo menos, en escuelas cristianas, don– de era obligatoria la enseñanza de la Historia Sagrada y de la Religión? ¿No han acudido al catecismo de la parroquia? ¿No han oido cientos y miles de sermones? ¿,No han vivido en un medio ambiente saturado de 20 siglos de Cristianismo? Mien– tras han estado en su pueblo ¿no han practicado la reli– gión hasta con frecuencia? ¿Cómo se explica, entonces, el

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