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112 poniendo un alguacil en cada esquina, un cañón en cada calle y una cárcel en cada plaza, procedimiento contra el cual pro– testa indignada nuestra conciencia de seres racionales. ¿Por– qué no poner el remedio donde está la enfermedad, que es precisamente en el individuo? Pero a Vd. como a muchos otros, le sucede que sienta los principios y después se espan– ta de las consecuencias. Desengáñese, mi amigo, con indivi– duos inmorales no formará nunca una sociedad moral, por mu– chos Códigos, Tribunales, Policías y cárceles que ponga. Lo más que conseguirá es dar un· barniz de orden y de moral a pueblos que viven sin dignidad; pero por muchas flores que se arrojen a un estercolero, siempre habrá que taparse las na– •rices al pasar por cerca de él que es precisamente, lo que está sucediendo en nuestras sociedades progresistas y civilizadas, por haber puesto en práctica el principio que Vd. con tanta ingenuidad sienta al proclamar la no existencia de la moral como precepto divino. Los sabios sientan los principios y el pueblo saca las consecuencias. Los de arriba no quieren a Dios y los de abajo con una lógica admirable contestan con aquel «ni Dios, ni Roque» tan español y que tantas coronas y tantos tronos y tantas glorias han arrastrado por el polvo de los pueblos. ¡Ojalá no lo hubiéramos visto. No debilitemos, ni toquemos, mi amigo, los fundamentos de la sociedad, si no queremos que se resquebraje; que una vez que la base se ha movido y fallado, es pueril, y más que pueril, inútil, el ir a apuntalarla: con paños calientes. · Muy poco voy a decirle de la bárbara negación que Vd. hace de la Divinidad de Jesucristo y de la ignorancia quema– nifiesta al afirmar que Jesucristo ni fundó la Iglesia, ni insti– tuyó los Sacramentos, ni habló de misas, ni de curas y que nosotros no hacemos sino tergiversar las palabras de Cristo. -De todo esto he de hablar con detención en mis cartas, ya que no es Vd. solo el que tales barbaridades afirma. Pero al verle estampar con. tanto aplomo en su carta todas esas co– sas y llamarlas« la gran mentira del Catolicismo, de la Iglesia,
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