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106 blos antiguos con toda esa jerarquía de dioses mayores y menores, de genios y de monstruos, que tan nítida aparece entre griegos y romanos, no es sino una reminiscencia de ese mundo de espíritus que desciende de Dios hasta el hombre. Platón alude continuamente a ellos, cuando nos habla de lo que sucede al alma humana después de su muerte, y bien co– nocidos son los versos de Hesiodo Ii quiden doemones facti sunt, Jovis magni consilio, Boni, terrestres, custodes mortalium hominum. Los libros antiguos de la China, de la India, de Egipto, y entre ellos. la Biblia, aun tomándola como un libro mera– mente humano, tan respetable por su antigüedad, como el «Abesta» de los lndúes, que contiéne la doctrina religiosa de Zoroastro, nos hablan de ellos con una naturalidad que tradu– ce evidentemente la creencia popular de aquellos tiempos le– janos. ¿De dónde, pués, pudo.nacer esa creencia fati universal? No hay más remedio que admitir una revelación primitiva con la que Dios descubrió a los primeros hombres toda la exten– sión de su obra y supongo que no será Vd. tan temerario co– mo para negar a Dios el poder de comunicarse con su criatu– ra a fin de darle a conocer ciertas verdades que necesita o le conviene saber. Y esto sin contar las muchas veces que esos espíritus buenos o malos se han dejado ver y se han puesto en comunicación con los hombres. El Espiritismo, en el que no todo es mentira, le hará comprender la posibilidad de esas apariciones y materialización de los espíritus. De modo, que ya ve, que si no tenemos pruebas filosófi– cas o científicas de la existencia de ángeles y demonios, por– que esto es imposible tratándose de espíritus, tenemos sin embargo las suficientes para no dudar de elJos. Naga quiero decirle, puesto que no me lo pregunta, de la infinita variedad de espíritus en lps que hay una gama de perfecciones tan-variada y rica, como la gama de matices en los colores del arco iris; ni del origen de la diferencia entre

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