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96 maque dejamos pendiente. Me decía Vd. en la suya, si será verdad que todo termina con la muerte, si será cierto aque– llo de Se nace para morir Y una vez muerto no hay más. Y como si protestase de semejante idea exclama: «Yo con mis pensamientos, mis anhelos, mis amores que quisiera fue– ran eternos; yo con mis ansias de inmortalidad, de felicidad absoluta; yo que ansío encontrar la verdad, el bien, la justi– cia ¿no seré más que un puñado de materia que se agita inú– tilmente y se imagina ser más que el polvo de los caminos? Sé que Vds. afirman que no es así, sino que hay en el hombre algo que es inmortal, que no muere con el cuerpo. ¿Me lo podría Vd. demostrar?» ¡Albricias mi amigo! Estas desazones que Vd. siente, son señales de que ha olfateado la verdad y la verdad es que exisª te el alma y que esa alma es inmortal. Lo cual quiere decir que no todo termina con la muerte, como quisieran muchos que no deben estar muy tranquilos de su vida •.Vamos a verlo; peí-o prepárese a caminar un poco por las arideces del razona– miento filosófico, pues no son estas, cuestiones que puedan resolverse a base de 'fuegos artificiales y de experimentos de química recreativa. Hay en filosofía dos axiomas de sentido común, que nos dicen que no hay efecto sin causa y que cada ser obra según su naturaleza, es decir, que de la naturaleza de las operacio– nes o efectos podemos deducir la del ser o causa de donde di-· manan. Apliquémoslo a nuestro asunto. Vemos ante todo que el hombre piensa. La filosofía, la ciencia, el arte, la industria son el grandioso monumento le– vantado por el pensamiento humano. Vemos que el hombre progresa en todos los órdenes. ¡Qué salto enorme entre las viviendas, costumbres e ideas del hombre primitivo, de los trogloditas y las de nuestras modernas sociedades! Vemos que

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