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88 Y recuerde que no miro las cosas más que de tejas aba– jo, que si yo hubiera de hablarle del hombre elevado por la gracia a un estado de vida sobrenatural, ahí sí que Di.ós se muestra padre, amigo, compañero de su criatura predilecta y agradece sus amores y siente sus ingratitudes. Ahí sí que ve– ríamos cómo Dios escribe derecho en líneas al parecer torci– das y cómo los dolores, los desengaños, las enfermedades, todo eso que tanto nos desconsuela y nos humilla, son como instrumentos de que El se sirve para purificar y ennoblecer las almas, despojándolas del materialismo de la vida y hacien– doles sentir «!'infinita vanitá del tutto» que diría Leopardi con una desesperación llena de paganismo. Y dejado esto así para que Vd, v~ya rumiándolo, voy a contestar a la nueva cuestión que me pone. Yo no sé, mi querido amigo, por qué lógica tremenda– mente fatal; cuanto más se aparta el hombre de Dios, más se acerca a la animalidad; y a medida que pierde de vista la Teología, va internándose necesariamente en la Zoología. Le digo esto, porque ay~r no más los panteístas nos aturdían gritando: ¡Somos dioses! y hoy el materialismo se desboca propalando a gritos que «somos animales». No me extrafia por lo tanto que Vd. inficionado de la mentalidad moderna, me pregunte «si no querría hablarle del origen del hombre; si no podría decirle algo acerca de la «evolución» que afirma ser el hombre un animal perfeccionado a través de los siglos; -si es cierto que existe en nosotros un alma libre, inmortal.» Sí, mi buen amigo. Voy a decirle en pocas palabras lo que hay sobre el evolucionismo y el origen del hombre, pero no sin antes manifestarle que estoy ya harto, indigesto de esas cosas y que siento de veras que, cuando todo eso va pa– sando de moda por el descrédito en que ha caído, tenga yo que volver a tratarlo. Sin embargo voy a hacerlo no sólo por– que después de Dios es necesario que hablemos del hombre, puesto que Dios y el hombre son los dos polos del eje en tor– no del cual gira toda nuestra controversia, sino porque no

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