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CÁRTA DUODÉCIMA El hombre y la evolución UY señor mío y amigo: Cómo esas nubes de tempes– tad que al alejarse lanzan todavía su último trueno, así Vd. al dejar la cuestión de la Providencia en la que tanto resplandeée el Poder y la Sabiduría de Dios, lan– za todavía no sé qué objeciones contra El. Siento de véras verle .en este asuntó por debajo de la comprensión de Lord Byron, quien, al :verse azotado por las borrascas dé la vida, pedía le dejaran inclinarse humildemente ante el que prueba al hombre, destrozándole el corazón y destruyendo sus ilu- siones»: Before the Chastener humbly let me low O'er hearts divided and o'er hopes destroyed. (1) No me cansaré de repetirlo, porque es una verdad de muy pocos comprendida. La mayor parte de las veces no so– mos víctimas de Dios, sino de nuestras imprevisiones, de nuestros abusos, de nuestras imprudendas y no hay por qué culpar a Dios de nuestros males, que ni los quiere, ni losman– da,· sino que los permite, dejando que cada criatura obre según su naturaleza y cadá causa produzca su efecto. La interven– ción directa de Dios en la naturaleza constituye el milagro y Dios no hace milagros s.in necesidad. ¿Que hay cosas que no comprendemos cómo un Dios tan bueno puede permitirlas? Es verdad y a eso yo no puedo contestar sino con la respues– ta que dió Virgilio a Caronte: Caron no ti crucciare Vuolsi cosí colá dove si puote Chio che .si vuole, e píú non dimandare (2) (1) Déjame que .en .presencia de aquél que castiga me incline humilde– mente sobre los corazones rotos y las esperanzas destruídas. · (2) No teatormentes, Carnn+e. Así se· ha determinado allí, donde se puede todo lo que se quiere, y no preguntes más,
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