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VIII Y por su parte el inmortal biólogo Pasteur, en su discur– so de recepción de la Academia francesa, decía el ~ de Abri– de 1882. «Yo me pregunto en nombre de qué nuevos descubri- mientos, filosóficos o científicos, se pretende arrancar del al– ma humana sus profundas preocupaciones, que son eternas, porque el misterio que envuelve al universo y del que ellas no son sino una consecuencia, lo es. Se cuenta que el ilustre físico inglés Faraday, en las lecciones que daba en el Instituto Real de Londres, no pronunciaba jamás el nombre de Dios, a pesar deser profundamente religioso. Cierto día lo pronunció sin dar– se cuenta y se produjo en el auditorio un movimiento de sim– patía. Faraday lo notó y dijo: «AcabQ de sorprenderos pro– nunciando aquí, ante vosotros, el nombre de Dios. Si hasta ahora no me había sucedido semejante cosa, es que, en mis lecciones, no soy sino un representante de la ciencia experi– mental, pero la noción y el respeto qus tengo de Dios. llegan a mi alma por caminos tan seguros, como los que nos condu– cen a verdades de orden físico.> Así habló Pasteur. Mas como todo esto no empece para que los que se creen la personificación de la ciencia, vayan paseando por las cátedras y los libros, con aires de suficiencia, su solemne arma– zón cargado de ridículo, he querido escribir estas cartas a fin de que los espíritus avisados tengan el buen humor de des– hinchar globos, saludándolos a carcajadas. Yo, por mi parte, he procurado caracterizarme con el hé- roe de «Caballería» de Félix de Ugarteche y como él Sobre el bridón, calada la visera, Por mi honor, por mi nombre y por mi fama Aquí y allí y allá y donde quiera Proclamo la hermosura de mi dama. · Amadises, Quijotes, Galaores, Honra de la sin par caballería, Vuestras damas, con ser de las mejores, Nunca valdrán lo que la dama mía.
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