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L\ OBSERY,\:s;CL\ REGCL\R 83 2. - DECHADO DE OBSERVANCIA. Parece superfluo advertir que estas enseüan– zas no fueron letra muerta para la Fundadora. Antes bien las normas por ella inspiradas o esta– blecidas fueron el norte de todas sus acciones. Amoldarse en todo y siempre a esta voluntad del Seüor era su mayor placer. Aun más, sus hijas veían en todo su pc,rte la ley convertida en vida y acción. De hecho « había tornado el empeüo de demostrarse a todas cual dechado de la observan– cia de todo cuanto estaba mandado y en todo era la primera. Era tal su puntualidad y exactitud que jamás omitió ejercicio alguno, ni rosarios, ni ofi– cio parvo, ni exám~nes ni ninguna otra práctica de la Compañía» 3 • Sus exhortaciones apuntaladas por tan lumino– sos ejemplos producían efectos sorprendentes en la marcha de la comunidad. « El Esposo -decía a las religiosas- a quien tenemos el honor de pertenecer y a quien hemos sido consagradas por los votos, exige de nosotras esta fidelidad. Así como El cumplió plenamente todas las voluntades del Padre, así quiere que nosotras observe– mos cuanto le hemos prometido. El será ge– neroso y liberal en la medida que nosotras le seamos fieles. La santísima Virgen, de quien nos honramos ser hijas y esclavas, exige también esta exactitud necesaria para conservar la Orden en todo su esplendor. Así 8 DE sc1r:s;rn MARIE, Abrégé de la vie, p. 270 y 280.

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