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JESUS Y MARIA 77 Y es que Juana ele Lestonnac conocía por experiencia propia la fuerza única y avasalladora de estos modelos ele santidad y perfección. Y no los perdía de vista en sus exhortaciones y con– sejos. La motivación ascética es constantemente la misma, como puede comprobarse en las reglas y constituciones y en las enseñanzas trasmitidas por los biógrafos. Se ha de alabar a Dios y amar al prójimo, se ha de servir a la Iglesia y a los hombres, se han ele prncticar las virtudes propias del estado y cump!:r con fidelidad las obligacio– nes, siguiendo fiel y constantemente las huellas ele Jesús y María. Esta ejemplaridad se proyecta a lo largo y a lo ancho del itinerario espiritual del alma religiosa. Es corno el resorte mágico que po– ne en movimiento continuo las energías del alma " c;·a un hombre de tanta sencillez, que se creía obligado a practicar cuanto Francisco hacía. Así que cuando el santo estaba en alguna iglesia u orando en cualquier otro lugar, el compañero procuraba observarle, para confor– marse en todo con sus gestos y acciones. De modo que si el santo se arrodillaba, o levantaba las manos al cielo, o tosía, o suspiraba; él hacía también lo mismo. Habiendo observado esto el bienaventurado Francisco, comenzó a reprenderle suavemente y no sin gozo por estas muestras de sencillez. Entonces él le respondió: Hermano, yo hice promesa ele imitar tocio cuanto tu haces, por lo cual debo ajustarme a todas tua acciones. De todo esto se admiraba y se alegraba no poco Francisco, viendo tanta sencillez e inocenzia en su compañero, en tanto que éste comenzó a hacer desde entonces tales progresos en la virtud, que el santo Padre y todos los demás re1igiosos se admiraban grandemente de su fervor y perfección». Espejo de per– fección, en $;\N FRANCISCO DE Asís, Sus escritos, Madrid 1955, n. 719 sig. Idénticos progresos haría, a no dudarlo, aquella religiosa imitando a la Santa Madre, a pesar de que esta humildemente lo negara.

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