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158 LAS COORDENADAS Dios oculto en la Eucaristía». Su ocupac1on pre– ferida era cuidar de los altares y deseaba que to– das sus labores se dedicaran al honor del santo sacrificio. Era admirable también su reverencia para con los ministros del santuario. Su ardiente piedad eucarística, sin embargo, tropezó para actuarla como hubiera deseado, con el obstáculo de una prolongada enfermedad. No podía asistir diariamente al santo sacrificio de la misa. Hubie– ra deseado oirla en la enfermería, pero ni las prescripciones litúrgicas ni los usos de la comu nielad facilitaban el cumplimiento de su deseo. Pero la enferma manifestaba alegremente su con– fianza de que Jesús por ella tan ardientemente amado y adorado tras los velos ele la eucaristía no la privaría de este consuelo. Y así fué. El pre– lado consintió que un sacerdote celebrara los do– mingos y días de fiesta en su habitación y le diera la santa comunión. Murió el día de la Inmaculada de 1635, a los 29 años de edad 3 ". La llama eucarística no solo ardía en los mo– nasterios, alimentando la vida espiritual ele las religiosas, sino que se propagaba fuera y se co– municaba a las niñas y adolescentes de las escue- ",;Cf. Histoire de l'Ordre I, p. 507. El historiador comen– tando el episodio de la misa y comunión en la enfermería, aüade: « La excepción ha tenido lugar una sola vez en la historia de la Orden. El rey de las vírgenes quiso recom– pensar con este privilegio aquella que con admirable va– lor Jo había preferido a todos los atractivos del mundo. Inclinó el corazón de todos hacía su favorita y transportó su trono allí donde ella sufría en la lejanía, cumpliéndose el dicho del profeta: Aparejaste delante de mi una mesa abundante" (cf. Ps. 22, 5). Ibicl.

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