BCCCAP00000000000000000000582

LA HU'dILDAD 109 ran ni en lo más mínimo cuando se trataba del ejercicio de las virtudes. Con profundo sentido de humildad, que se reflejaba elocuemente en su porte, los viernes para revivir las humillaciones de Jesús lavaba las escudillas, los platos y los utensilios del refectorio y de la cocina. Y los sábados, para imitar la humildad de María san– tísima, servía personalmente en el refectoJ1io a las religiosas. En estos y otros casos la humildad se hermanaba con la morHficación ". La humildad dominaba soberana en sus pa– labras y en sus acciones, haciendo resaltar más su porte naturalmente noble y elegante. Había subido hasta tal punto su amor a las humillacio– nes, « que las buscada y las solicitaba con el mis– mo ardor que los ambiciosos corren en pos ele la gloJ1ia y de los honores » '. Ni la eximía de ello el grado de superioridad que le competía como Fundadora y primera SupeJ1iora de la Or– den. Merece recordarse a este propósito el co– mentario del P. Francisco de Tolosa: « La superioridad, que a los ojos ele muchos es como un trono en que se ensal– zan y sobreponen a los demás para regular su conducta o corregir sus defectos, puede engendrar la idea de que se envilecen con las acciones bajas y humildes, que pierden autoridad y se exponen al desprecio, si no conservan el rango, al que por sus méritos han sido elevados para mandar a los infe– riores. Estos sentimientos, propios de los " Cf. DE S,\It\TE MARIE, Abrégé ele la vie, p. 179 y 181; Histoire de l'Ordre I, p. 390 sig. 4 Cf. Histoire de l'Ordre I, p. 391

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz