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102 LOS l\IEDIOS cias que Dios le comunicaba, con sabios consejos y persuasivas exhortaciones arrastraba a las reli– giosas al santo comercio del alma con Dios, afir– mando que el tiempo que en él se transcurría era el más precioso de la vida; y que era entonces cuando el alma recibía con mayor abundancia el dulce alimento de la gracia. Dios la recreó con muy elevados grados de oración y no siempre lo– gró, a pesar de su humildad, ocultar las gracias extraordinarias que recibía. Para todos era un verdadero placer y una gracia singular poder con– templar su aspecto y su porte externo durante los coloquios con el Esposo, que la abstraían por com– pleto de las criaturas y le producían una especie de sueño místicoº'. Recordemos otra discípula de la Santa Madre, que propagó su doctrina en la comunidad de Agen. La Madre Margarita de Poyferré fue una ena– morada de la oración. Había dado orden a todas y especialmente a las oficiales, que de ninguna ma– nera la distrajeran con los asuntos de la comu– nidad durante las horas dedicadas a la oración, pues no quería perder ni un instante siquiera de tan precioso tiempo. Y fue maestra experimen– tada, segura e iluminada de sus hijas. Todas que– daban prendadas de sus ensañanzas, que sabía comunicar con singular maestría. Conquistaba en absoluto su confianza y las conducía eficazmente hacia la perfección de su estado. Esclarecía sus dudas, prevenía sus dificultades y preguntas. Pe– netraba en su interior y solucionaba ciertas cues- 0 ° Cf. Histoire de l'Ordre II, p. 243.

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