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()O SOR MARÍA DE LOS ÁNGELES SORAZU inexacta; ningún Confesor dió semejante consejo. Todo lo contrario: los preceptos de obediencia en el otro senti– do eran insistentes. Y cuando inutilizó los primeros escritos, inmediatamente fué obligada a reproducirlos. Esto aparece claro de la: correspondencia, y el P. l\fa– riano lo sostiene sin titubeos. Los textos ya transcritos al hablar de las dificulta– des que acompañaban la composición de sus escritos ponen bien de manifiesto el horror con que los miraba. A pesar de que una voz interior --que ciertamente era la voz de Dios- la certificaba del valor intrínseco de sus trabajos escriturarios y del benéfico influjo que ejercerían en las almas que los leyeran, ella no podía por menos de despreciarlos con todo su corazón. "Mucho le agradeceré que los entierre en su celda, o donde mejor pueda pisotearlos y conculcar en ellos mi soberbia lu– ciferina, que tuvo el atrevimiento de enseñar a los de– más, teniendo tanto que enmendar en mí misma" (28-VII-1920). Más de una vez hemos oído hablar con sorpresa de que casi todos los escritos de la sierva de Dios hayan sido publicados por el P. Nazario Pérez, S. J. Éste, "que ni siquiera tuvo el gusto de conocer a la M. An– geles", explica en la introducción a la Vida espiri– tual, págs. 8 y sigs., cómo se hizo cargo de los originales; y por lo que la misma autora nos dice en su correspon– dencia, la explicación del P. Nazario queda perfecta– mente confirmada y aclarada. En junio de 1919, el P. Juan G. Arintero, O. P., ha– bía manifestado a Sor María de los Angeles su deseo de imprimir los escritos de la misma, y al efecto la había

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