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LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL 61 envidia! ¡Cuánto ciega la pasión! ¡Cuánto mal hace el demonio en un convento, si logra coger por instrumento de sus planes a una religiosa sin humildad, sin abnega– ción y sin espíritu! Y si al Apóstol del siglo XVIII le pasó esto, ¿qué esperamos los demás? Pero a bien que lo que pierde un convento por la soberbia de un alma infatuada suele adquirirlo otro por la humildad de sus individuos. ¡Desdichados los primeros y dichosos los segundos!" (r). El lector sabrá ya qué partido tomar; pero conste que no hacemos la apología de nadie; sólo escribimos la historia para que continúe, como siempre, siendo maestra de la vida. Léase con atención esta página rebosante de sinceri– dad, en la que la Dirigida describe el cuadro doloroso de su alma privada de la dirección del P. Mariano; es un dato autobiográfico de la máxima trascendencia: "En el momento mismo en que empieza a manifestarse en ella la vida de Dios, una negra atmósfera se difunde en torno suyo, compuesta de malquerencias, juicios y sos– pechas, murmuraciones, calumnias denigrantes a su reputación, injurias, delaciones falsas, traiciones y aban– dono por parte de sus familiares o íntimos. Nada falta al doloroso cuadro, y para que penetre en ella la influen– cia persecutoria, permite Nuestro Señor que sus Supe– riores representantes de la autoridad divina crean las falsas delaciones, se prevengan contra ella, interpreten en mal sentido sus mejores acciones e intenciones y la mortifiquen de mil maneras. Esta actitud severa es (1) Cf. El Director perfecto y el Dirigido santo, págs. 404-408.

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