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SEMBLANZA IJ5 cion. "Los visitadores, lo mismo que la Comunidad, celebran mi elección por el cargo de Abadesa como un acontecimiento. En torno mío no oigo más que alaban– zas. No parece sino que soy una santa canonizada por la Iglesia, de quien nada pueden temer ni dejar de esperar recibir grandes bienes en el orden espiritual y temporal. Mas yo, que miro las cosas bajo un punto de vista enteramente distinto de las personas que me ro– dean, juzgo de otro modo; y por esto cada vez que me alaban me parece ver a Dios con espada en mano en actitud de castigarme, y cuando no permitiendo estas alabanzas con un semblante lleno de compasión por la suerte infeliz que me espera en la otra vida. ¡Ay Dios mío! ¿Cuándo saldré de este miserable estado de soberbia y pecado, que cuanto más detesto más metida me hallo en él? "(20-ro-Igro). Habían pasado muchos años. A pesar de la crisis fatal constituída por la ausencia de su '' Padre verdad'', Sor María había continuado velozmente su marcha hacia las alturas místicas de la santidad. Había gozado los regalos y favores no desmentidos del divino Esposo de las almas. Y, sin embargo, se creía en el deber de adver– tir sinceramente a su Director: "Prepárese para conver– tir a esta miserable, que después de tantos años de trato íntimo con Dios, estú por empezar a ser lo que debe" (20-V-1920). Parécenos oír resonar en nuestros oídos el eco dulce de aquellas palabras de oro del Serafín de Asís -dechado de humildad- poco antes de que la hermana Muerte recogiera su último suspiro: "Herma– nos: empecemos a servir a Dios, pues hasta ahora nada hemos hecho''.
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