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174 SOR MARÍA DE LOS ÁNGELES SORAZU todas y retirarme a un desierto para vivir tranquila y librarme de la confusión que padecía; pt:ro ni en el desierto hallaba lugar, porque me consideraba inferior al reino animal, más vil qúe las bestias campestres, quienes me pareció no me recibirían en su compañía, ni debían recibirme, porque de hacerlo compartían mi ignominia. El infierno miraba como mi centro, y aun aquí buscaba el ínfimo lugar y, después de colocarme a los pies de los demonios y condenados, me creía demasiado alto y buscaba un lugar más bajo para procurarme la tran– quilidad de ocupar el puesto que me pertenece" (r). Así se comprende perfectamente su apasionado amor a los desprecios, vituperios y humillaciones. Eran el ga– lardón más codiciado, la única recompensa digna de su ser y obrar. "Las humillaciones... no serán para mí sino otras tantas pruebas del infinito amor que Dios Nues– tro Señor me profesa. ¡Y qué delicias tan puras produ– cen en mi alma los desprecios y humillaciones aun apa– rentes de las criaturas! ... Nada quiero ni deseo, ni nece– sito tanto como el ser despreciada, confundida y humilla– da por V. R., ya que Dios Nuestro Señor no quiere hacerlo por Sí mismo" (7-VII-1910). "Nada deseo tanto como ser despreciada <le todos en este mundo" (3-XII-r9ro). Y humillaciones y desprecios y vituperios e incom– prensiones y desdenes y acusaciones llovieron a granel. Pero por extraüo, que ello parezca, es lo cierto que no éstos, sino las alabanzas y muestras de afecto que reci– bía eran su cruz más pesada, su verdadera humilla- (1) Autobiografía, págs. GG-G7.
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