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SEMBLANZA 1 59 El temor de verse privada de recibir en su pecho al Divino Prisionero de nuestros altares la retrajo de reti– rarse al desierto. Ya antes rle que Pío X autorizara e impulsara la práctica universal de la comunión fre– cuente y cotidiana, ella había obtenido la gracia de hacerlo todos los días. En sus angustias y tribulaciones "contaba sus penas al Seiíor, cantando ante el sagrario en el silencio de la noche''. De los Angeles que hacen la guardia de honor al sagrario sentía una santa envi– dia, y procuraba imitarlos, constituyéndose guardiana del Divino Prisionero. Se le hacían interminables los días, como el Viernes y Sábado Santos, en que no podía recibir en su pecho al Dios Sacramentado. ''¿Por qué no autorizará el Santo Padre -exclama en un arran– que de fervor eucarístico-- a una religiosa en cada Comu- ¡ nielad... para administrar la comunión a las enfermas? Ya me alegraría yo de esto, pues me evitaría la moles– tia de bajar al comulgatorio estando con fiebre y sudan– do, por no privarme del gusto de comulgar" (19-V-rgrr ). En su jardín cultivaba con esmero muchas y varia– das margaritas, las cuales, con su verdor y lozanía, la aguijoneaban constantemente a amar y estimar a su Dios querido. Cuando por las mañanas visitaba su jar– dincillo '' antes de salir el sol, parecíame que veía a mis margaritas sonrientes, llenas de dicha y ventura, de vida y fragancia; y buscando la causa de su sonrisa y lozanía hallaba que era la próxima visita del sol, que estaba como a punto de aparecer en el horizonte para bañarlas de luz y fecundarlas con sus rayos. Por el con– trario, a la tarde, al anochecer, las veía mustias y mar– chitas, próximas a fenecer; y la causa de su decadencia
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