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5~MBLANZA 133 No conocemos ninguna fotografía suya. Algunas exis– tían, que la representaban a los quince años de edad; pero la humildad de la M. Angeles-<:on ascética saña– las destruyó todas, al menos las que pudo haber a las manos (cf. r7-IX-r9rr-r9-IX-r9rr). Sin embargo, esta laguna de información gráfica se halla satisfactoria– mente colmada por las declaraciones de los testigos que tuvieron la dicha y el consuelo de conocerla y tratarla; con todo, mejor hubiera sido poseer alguna fotografía. Alta más bien que baja, era de talle elegante y majes· tuoso, pero modesto y sencillo. Sus miembros todos guardaban entre sí muy proporcionada armonía. Su tez, morena, declinaba a blanca. Sus ojos, negros-casi siempre semict'frados-, reflejaban la mirada humilde de un alma absorta en la Divinidad. El cabello, negro; las manos, blancas, finas y delicadas. Su voz, hermosa y agraciada, se manifestaba con un hablar gracioso y so– segado, afable y dulcísimo, que traía ecos de escondi– das armonías. No ha sido una imaginación poética y romántica, sino los testigos oculares, quien trazó este retrato, capaz por sí solo de atraer y sojuzgar. Merced a sus modales, finos y delicados, apenas entrada en el convento, fm, el ídolo y el encanto de las religiosas, como antes lo había sido de todas las personas que la conocieron. Joven profesa, la obediencia la colocó en el torno del convento, es decir, de intermediaria entre el bullicio del mundo y el recogimiento del claustro. Y "los que tuvieron la dicha de tratarla en el torno -dice Sor María de la Natividad-quedaban encantados de su can– dor, llaneza y sencillez sin afectación; a pesar de que

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