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IX. DE SU PREDICACIÓN POR LA ROMAÑA Y CONVER– SIÓN DE LOS HEREJES l. Y porque, tal como atestigua el Señor, no puede quedar es– condida una ciudad levantada en un monte, no mucho tiem– po después, informado el ministro de todo lo que había ocu– rrido, Antonio fue obligado a salir al público , interrumpiendo el silencio de la paz. 2. Después que le fue confiado el oficio de la predicación , el amante del eremitorio es enviado fuera y sus labios, tanto tiempo cerrados , se abrieron para proclamar la gloria de Dios. 3. Sostenido por la autoridad del que le enviaba, se esmeró tan celosamente en cumplir el oficio de la predicación, que mere– ció el nombre de «evangelista» por su intenso trabajo. Pasaba por ciudades y castillos, pueblos y campos , y esparcía por to– das partes la semilla de la vida tan abundante como ferviente– mente. 53

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