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6. En realidad, aunque tenía gran habilidad para servirse de la memoria en lugar de los libros y poseía en abundancia la gra– cia del lenguaje místico, los hermanos le conocían como más hábil en lavar los objetos de la cocina que en exponer los misterios de la Escritura. 7. ¿Para qué más? Resistiéndose cuanto pudo con todas sus fuerzas, al fin, ante el clamor de todos, comenzó a hablar con simplicidad. Y como aquella pluma del Espíritu Santo -hablo de su lengua- disertara prudentemente sobre muchas cosas con una exposición bastante rica y con brevedad de sermón , los hermanos sobrecogidos por el estupor, seguían unánime– mente al que hablaba con oídos atentos. 8. La profundidad inspirada de sus dichos aumentaba el estu– por; pero no menos edificaba el espíritu con el que hablaba y la ardentísima caridad. 9. Todos, en fin , rebosantes de santa consolación, veneraron el mérito de la humildad en el siervo de Dios, Antonio, junta– mente con el don de su ciencia. 52

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