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El evangelismo que configura la vida de Francisco, aunque esté principalmente marcado por el seguimiento de Cristo pobre y crucificado, no se reduce sólo a esto. Para Francisco seguir a Jesús supone participar con él de su adoración al Padre en espíritu y ver– dad, sintiéndose enviado a comunicar esta experiencia a los demás con una actitud abierta y respetuosa, tal como aparece en las bie– naventuranzas, aunque por ello haya que sufrir la incomprensión e, incluso, la persecución. Dentro de nuestra sociedad actual, hablar de Dios y de su adoración resulta un tanto extraño; horizonte de la realización hu– mana ya no es Dios sino el hombre mismo, cosa que no sucedía en el medioevo. Este hablar tan evidente sobre Dios nos podrá parecer "po– co científico"; pero el testimonio que nos ofrece Francisco no par– te de una evidencia intelectual sino experiencia!. La presencia apabullante de un Dios que trastoca los fundamentos en los que apoyaba su vida, es motivo más que suficiente para hablar de Él sin tener que justificar su existencia. El problema del hombre actual es que pretende hablar de Dios sin haberlo experimenta– do. Por eso su lenguaje se detiene en analizar la posibilidad de un encuentro con lo divino. Francisco, por el contrario, parte de la evidencia de que Dios se le ha hecho presente; de ahí que su hablar de Dios sea una narración de su propia experiencia espi– ritual. Para Francisco esta claro que la búsqueda y encuentro con Dios constituye el corazón del proyecto evangélico que él quiso vi– vir y que propuso a sus hermanos. "Ya que voluntariamente lo hes mos dejado todo -dice Francisco-, nada más lógico que seguir con solicitud la voluntad del Señor y agradarle en todo". Pero esto no es fácil; en el fondo del hombre esta siempre agazapada una fuerza misteriosa, llamada pecado, que nos obliga a encorvarnos sobre nosotros mismos y nos impide mirar al que es la fuente de toda vida y todo futuro. Sólo un corazón habitado por la Trinidad, como era el de Francisco, es capaz de erguirse para dar gracias al Padre por haber creado, a través de su Hijo y con el Espíritu Santo, todas las cosas espirituales y corporales, y espe– cialmente a nosotros, hechos a su imagen y semejanza. 9

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