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se en comunidad siguiendo la Regla de S. Agustin. Pero estos "ca– nónigos regulares" quedaron en una élite privilegiada que a duras penas consiguió comunicar al resto del que no vivia en comunidad y que era mayoría, la espiritualidad evangélica de la reforma. El contacto con estos monjes y canónigos regulares que habí– an optado por una vida evangélica al estilo de los Apóstoles influyó para que muchos laicos se decidieran también a vivir una fe más comprometida. Algunos de ellos dejaron sus casas para unirse y compartir la comunidad evangélica; pero incluso los que no podían hacer esto, trataron de llevar una vida de conversión desde sus propias responsabilidades familiares y sociales. Pero son los movimientos pauperísticos los que con mayor fuerza optaron por una vivencia radical del Evangelio. De los se– guidores de Pedro Valdo se dice que no tenían domicilio estable, viajaban de dos en dos, descalzos, vestidos con paño de lana, sin poseer nada y teniendo todo en común como los Apóstoles, desnu– dos, siguiendo al Cristo desnudo. El evangelismo de los Valdenses se concreta en el pauperismo y la predicación itinerante. Si tuvieramos que hacer una sintesís del movimiento evan– gélico que precedió a la experiencia de Francisco, diríamos que fue un despertar de la Iglesia a todos los niveles, concretándose en un acercamiento al Jesús pobre y humilde de los Evangelios -desde una situación de desarraigo o desde otra más estable al estilo de la comunidad de Jerusalén- y en la acogida de la Palabra como regla y modelo de vida, no sólo para el propio caminar en la fe, sino tam– bién como ofrecimiento a los demás en forma de predicación. 6

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