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El núcleo del Evangelio, que es la actitud confiada y orante de Jesús hacia su Padre, es captado por Francisco y traducido en una continua búsqueda del Dios trinitario para responderle en ala– banza por todo el misterio salvador con el que se nos ha hecho pre– sente. Sin embargo este hallazgo gozoso de Dios no puede quedar oculto; hay que comunicarlo a los demás. El texto evangélico de la misión de los Apóstoles no sólo constituye el armazón de su proyec– to de vida sino que condiciona toda la organización de la Fraternidad. La liturgia, la pobreza, la convivencia, etc. están al servicio de este vagar apostólico para anunciar la bondad miseri– cordiosa de Dios, que nos llama a la penitencia y a la conversión, a fin de que podamos acoger la nueva realidad del Reino que nos ofrece Jesús en su Evangelio. Los textos de misión son ciertamente configuradores del mo– vimiento franciscano. Pero existe en el fondo de ellos un estrato que los hace, si cabe, más evangélicos; se trata del espíritu de las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas son unas actitudes que nos resultan escandalosas porque describen al hombre nuevo que nos ofrece Jesús; un tipo de hombre contrapuesto al proyecto humano que la sociedad y nosotros mismos nos hemos forjado; de ahí que aceptar la confrontación, tomando como árbitro el texto de las bienaventu– ranzas, ponga a prueba nuestra calidad de fe. A través de las Admoniciones o avisos espirituales de Francisco, sobre todo las que comienzan con el término "dichoso" y que algunos autores han calificado de "bienaventuranzas francis– canas", se va dibujando el verdadero perfil del seguidor de Jesús. El que es capaz de tomar estas actitudes está ya en el camino nue– vo que Jesús anuncia como querido por Dios; de ahí que sea ya di– choso porque esta viviendo la realidad que sólo la utopía nos puede proporcionar. El que se atreve a seguir a Jesús por el camino de las biena– venturanzas no queda impune. El poder diabólico del mal no per– dona -como tampoco le perdonó a Él- que pretendamos salir del cír– culo de su influencia. Por eso, el seguimiento evangélico debe con- lO

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