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fl:: R p. s I L y I•JilI o rn, z o R I 'f _\ solamente o en la imaginación o, a lo sumo, en el s<cine», en el que todo es pintura y ficción. La vida, afortunadamente, es algo más real que en el «cine» y en la novela. Dios quiso que así fuese para que le– vantásemos los ojos al cielo, al comprobar que en la tie– rra no existe lo que nuestra imaginación y nuestro cora– zón nos pintan tantas veces con colores de rosa. Los guapos No te fíes mucho de ellos Estos suelen ser, las más de las veces, vulgarísimos muñecos que no saben más que mirarse al espejo. Acicalados con exageración, hacen pen– sar en algo muy repugnante. Son buenos para ponerlos e!l una exposición de fotografía, para una exhibición frí– vola en un paseo o un salón ... Pero para que uno de ellos s·ea el jefe de tu hogar, el padre de tus hijos ... ¡Eso no! ¡ Qué desgracia! El no debe ser de esos. Los vanidosos Estos tienen mucho parecido con los guapos. Si alguna vez tienes paciencia para escuchar a alguno de ellos, te convencerás que se lo tienen tan creído que te llegarán casi a convencer de que son tan importantes en el mundo que las hazañas de Carlomagno, Amadís de Gaula y to– dos los hombres célebres de la humanidad no son nada si se comparan con ellos. Te aburrirán con sus discursos pedantes, te levantarán dolor de cabeza con sus imperti– n~encias y con sus egolatrías, no hablarán sino de ellos, Y. si alguna vez se les ocurre mezclar en su conversación a otra persona, siempre será de la alta aristocracia. Entre estos tampoco debe estar él. Tú quieres que tu compañero el padre de tus hijos, no sea un Narciso pe– tulante y tonto, sino un hombre de verdad que sepa sa– crificarse por el bienestar de su esposa y de su familia.

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