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·90 R. P. 8ILYERIO DI~ ZORITA míllada por la santa intransigencia de tu director, vuelve a casa, y sola en tu habitación, con la mano sobre el pe- ·cho y los ojos puestos en la imagen de la Santísima Vir– gen, o del Santo Crucifijo, piensa detenidamente y te convencerás de que todo cuanto te dijo tu director fué única y exclusivamente por tu bien. Entonces es cuando estimarás verdaderamente a tu director, cuando veas que él, violentando su corazón de Padre, te ha reprendido du– ramente para poder salvar a tiempo lo que de otro modo, tal vez, sería imposible salvar. Así lo hacen las jóvenes piadosas y discretas. En cam– bio las que no son ni lo uno ni lo otro, se alejan orgullosas de aquel que sólo buscó para ellas la verdadera felicidad. Hay muchas jóvene.<¡ que por una pequeña reprensión, por una palabra que ellas juzgaron dura, cambian de di– rector, con el consiguiente perjuicio para ellas mismas. Esto se llama, en lenguaje vulgar, mariposear. La palabra n.o me dirás que no es expresiva y exacta. Mira lo que hace la mariposa en el jardín. No descansa en ninguna flor. Vuela y vuela incansablemente, como si el ir de flor en flor fuese su mejor entretenimiento. ¡Ima– .gen esta de muchas jóvenes! ¿Quiere esto decir que nunca podrás dejar a tu direc– tor espiritual una vez elegido? De suyo, lo prudente es que no. Sólo cuando tu alma encuentre a su lado intran– ,quilidad en vez de paz, oscuridad en vez de luz, sólo cuan– do veas claramente que, en vez de adelantar con sus con– sejos, permaneces estancada en el camino de la virtud, puedes y debes dejarle. ¡El! Era una mañana de mayo. El sol brillaba como un dis– co de oro. Miles de avecillas desgranaban jubilosas sus tri– nos entre los árboles del jardín. Por el balcón abierto en– traba el frescor inconfundible de las mañanas de prima– vera. Maribel, como una de tantas avecillas, cantaba en .sq alcoba una bella canción ¿Quién había puesto tan de mañana en su garganta

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