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;,QUIEN ERES TU? SS lo que tal vez nos humilla! ¡Es tan difícil abrir la puerta del corazón cuando dentro de él hay algo que nos aver– güenza! Pero la verdad se impone. Tienes que ser sincera si quieres ganar la batalla. Nada, pues, de ocultaciones para el que hace las veces de Dios; nada de misterios para el que tiene el derecho de ver el fondo de tu alma en toda su desnudez. Cierto que el pudor del alma es quizá más sagrado aún que el pudor del cuerpo, pero ten la seguri– dad de que el director no se escandalizará al ver tus mise– rias, antes al contrario, usará de mayor misericordia a medida que vea en ti mayor miseria. Que seas discreta, Hay jóvenes que por un exceso de sinceridad caen en un escollo cuyas consecuencias no son fáciles de prever. A fuerzil de ser sinceras terminan por ser ligeras. Sé dis creta, amada joven, en tus palabras. Cuenta tus cosas con humildad y con delicadeza. Sé que tú no necesitas esta advertencia, pero puede ser que alguna, en cuyas manos tal vez caiga este libro, lo necesite Nunca hables de lo que te han dicho en confesión. ni malo, ni bueno. Así como al director se le exige discreción absoluta y ~agrada por medio del sigilo sacramental, del mismo modo tambitm a ti se te exige un secreto natural inviolable. Guarda se– creto, no precisamente de lo que tú hablas, sino de lo que te dice a ti. Hay cosas que sólo se dicen en el secreto de la confesión, y si el director tiene las manos atadas con precepto sacratísimo, y no puede decir nada de cuanto oye en ese sagrado lugar, también el penitente debe guardar su secreto. Discreta, pues, hasta la exageración. Nunca hables de lo que te dijo el director de tu alma, ni para alabarle, ni para defenderte. ¡Cuántas veces entre amigas se tiene la mala costum– bre de tomar como motivo de conversación las palabras que las dice el director espiritual! Esta es una costumbre reprobable. Por eso 1ma vez más, te digo que tu corazón sea huerto cerrado' en el que florezca la flor de la dis– creción. Y si alguna vez tu vanid¡¡d femenina queda hi1-

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