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S3 En aquel laberinto vivió después un famoso monstruo, llamado Minotauro, cuyo cuerpo era mitad hombre y mi– tad toro. Dicho monstruo se alimentaba de carne huma., na. Toda la comarca estaba aterrorizada, Muchos fueron los que trataron de dar muerte al monstruo, pero ningu. no se atrevía a entrar en el laberinto por miedo a no po der salir de él. Un día, Teseo el héroe ateniense se deci– dió a dar muerte al Minotau~o, pero antes se pr'oveyó de un gran hilo que le prestó Ariadna para así poder salir del laberinto. Todos, amada joven, al llegar al uso de la razón, nos vemos, sin querer, encerrados en ese gran laberinto que es la vida. En ella hay miles y miles de revueltas y encruci. jactas por las que necesariamente tenemos que andar. En el lugar donde no pensamos, en la vuelt2 en que tal vez estamos más seguros, cs cierto que podemos encontrarnos con el monstruo. ¿Le daremos muerte? ¿Podremos luchar a solas con él y con ventaja? Y en ca.so de vencerle, ¿sa bremos después salir del laberinto sin que nuestro cuer– po reciba el menor rasguño? SJ, amada joven. Pero para conseguirlo es necesario un guía. Para Teseo fué la madeja de hilo; para ti, el di– rector espiritual. Es verdad que en los primeros años tus padres o tu– tores cumplirán maravillosamente con este delicado oft– do pero llegará un momento en que la labor de los pa– di:~s quedará a un lado para que entre de lleno la sabi– duría y \a prudencia del director espiritual. La labor de los padres tiene su tiempo, y transcurrido éste no les que– da casi nada que hacer. Escucha a este propósito la escena que hace muchos años presencié y que ha quedado profundamente grabada en mi memoria. En el alero del tejado de mi dormitorio vi cierto dia de primavera a dos golondrinas comenzar afanosas la construcción de su nido. Macho y hembra fue– ron colocando rápidamente trocitos de barro y pajas, ~'

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