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8 2 H . P. SIL Y E R I O ll I~ 'Z O R I TA extraño que te inclines más hacia él, y hasta trates de conseguir lo que quieres, abusando de su debilidad. ¡Es tu astucia de mujer que empieza ya a enseñorear– se de la voluntad del varón! Para conseguir tu hegemo– nía, finges pequeñas enfermedades, que explotas con sin– gular maestría y precisión. Y lo cierto es que la única enfermedad que se ha apoderado de ti, pero que a nadie quieres descubrir, porque te parece demasiado vergonzosa. es la del amor. Aquel médico que, además de médico, era hombre, la describió certeramente en estos versos: ¿Enfermedad moral? ¡Pobre paciente! No la cnra la ciencia en su adelanto. ¿Extraigo el corazón? --Precisamente, el corazón, cloctor. ¡Me cluele tanto! (ENRIQUE GEENZIEN.) Pero a pesar de que todos conocen tu enfermedad tú persistes en tu mutismo. Prefieres que lo sepan por otro conducto que no sean tus propias palabras. La ocultación de la enfermedad de amor dura algún tiempo, pero al fin terminas por descubrirla porque, como G_1,1alquier enfermo, no te sientes con fuerzas para seguir enferma sin que el médico lo sepa. Como en la poesía terminas por descubrir tu enfermedad. Unas veces será a una amiga intima, otras a una compañera, otras, las menos, a un amigo. Pero lo importante es que al descubrir tu mal te sientas aliviada. Y esto AS lo que buscas, y te sientes feliz cuando lo consigues con tu declaración. El guía que necesitas Hubo en la isla de Creta un famoso laberinto cons– truido por Dédalo a expensas del rey Midas. Dédalo y su hijo Icaro cayeron en desgracia del rey y éste mandó en– carcelarlos en el laberinto que ellos habían construido con tantos trabajos.

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