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J t _ l' . S I L Y F: R I O D l~ Z O R I T A El camino de la ilusión No creo ser indiscreto. amada joven, si te digo que, junto a esa infinidad de objetos que siempre llevas en el bolso: pañuelo, barra de labios, polvera, dinero ... está in– defectiblemente un espejo. ¿No es verdad? Y es que el espejo es el amigo más íntimo de toda mu– jer, y mayormente de toda mujer joven. Cierto curioso autor ha querido reducir a números las veces que la mujer se mira al espejo y, naturalmente, las jóvenes son las que con más frecuencia se ejercitan en esta frívola ocupación. ,una niña de seis a diez años pasa diariamente unos dircisiete minutos ante el espejo. Entre los diez y los auin– ce üños, invierte en mirarse unos dieciocho minutos. De los quince a los veintiún años aumenta el tiempo hasta cincuenta minutos. De los veintiuno a los cuarenta alcan– za el máximo con noventa y tres minutos. Y a partir de los sesenta, no se mira más que siete minutos.» La cita no deja de ser curiosa aunque, naturalmente, no sea exacta, pero no cabe duda que los afi.os tienen una estrecha relación con esa frívola. ocupación de mirarse al espejo. Un día, tal vez no lejano, dejaste de ser niüa. El es– pejo comenzó a decirte mil cosas con ese lenguaje que sólo él sabe usar Que eras joven, que eras bella que te– nías el cabello de este color y los ojos de este ot~·o. El es– pejo, con esa picardía tan propia suya, te dijo tantas cosas agradables que terminaste por creerle, y desde aquel día nació en ti el deseo de agradar. Este deseo de que te miren, de que se fijen en ti, de que te piropeen, es debilidad de todas las hijas de Eva. Toda niña que llega a la juventud tiene, sin que ella se dé cuenta, esta bella ilusión. Es la época de los ensueños. Cada día que amanece trae su nueva inquietud, su nueva ilusión. Como la ma– riposa que da vueltas alrededor de la luz, llegas a creer que todo lo que existe se transforma sólo porque está jun– to a ti, Y, hasta llegas a convencerte de ello porque una

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