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-¡7 jasl'n en ti y te dijesen palabras de admiración o de ca– riño. Las conversaciones en voz baja con las amigas te ilu– sionaron; los paseos donde podías encontrarte con chicos tenían un fuerte atraetívo, hasta las diversiones hones– t.~s. como el deporte, te atraían eon una fuerza oeulta y fuerte que tú no sabías explicar. Había llegado el amor a tu corazón. Su llegada te sor– prendió en un principio, pero luego sospechaste que, en sn venida de ineógnito, debía residir su fortaleza y su encanto. Y así es la verdad. No te asuste, amada joven, su ve– nida. Es una de tantas leyes de la vida, y como ley debe cumplirse. Dios, que lf' ha querido poner en el mundo, lo ha hecho con fines sublimes que no hay que olvidar, ni menos torcer. El apóstol San Pablo, en su primera Epístola a los Co– rintios, lo describf' de una manera sublime. Hace el San– to la apología de la caridad, del amor, y después de ha– ber, diríamos, agotado las alabanzas que prodiga a la ca– ridad, añade: •La caridad no pasa jamás. Pasará el don de profecía, el don de eiencia, el don de lenguas, pasará la Je y la esperanza, pero la caridad no pasará jamás.» (I Corintios, cap. XIII.) Con estas palabras del Santo Apóstol coinciden los hermosos versos de Marquina en su obra de teatro <<El ciprés, la fuente y el río». Pone el poeta en labios de un viejo sacerdote estos conceptos, que son todo un poema: ¿El amor? Es poderoso, hija mía, llena el mundo y clesafía la cólera del Señor. Habla en todos los lenguajes y cant:a en todos los sones de la tierra sus canciones.
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