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í ti H . l' . R l L \' l~ H. I O D E Z O H I T A siente. El que es espiritual lo concibe espiritualmente; el que es carnal lo concibe carnalmente. Tú no puedes, no debes concebirlo, más que de una manera: espiritualmen– te. Pero no creas que por eso esa. atracción, ese amor, no tiene manifestaciones sensibles. El amor no sólo es patri– monio del alma, también el cuerpo tiene parte en ese gran himno del amor. Lo que importa es no dejar que el cuerpo lleve la voz cantante, bástele con acompañar, con producir la música de fondo. Melodía y acompaña– miento no se excluyen; al contrario, en la artística com– binación de ambos elementos está la verdadera armo– nía. ¿Cómo nació el amor? ¿Que cómo te diste cuenta de la existencia dd amor? Estoy por asegurar que ni tú misma lo sabes. Cierto día, sin saber cómo, sentiste en lo más secreto de tu ser algo extraüo. Habían pasado los años de la niñez. Tu cuer– po experimentó cambios radicales. Sin saber por qué, los juegos de niña te comenzaron a parecer ridículos. Las muñecas, que tantas horas felices te proporcionaron. que– daron abandonadas un buen día en un rincón y, a lo sumo, las cogiste para colocarlas sobre la almohada de la cama, como un adorno de tantos. Sentiste deseos de estar sola, pues la soledad te proporcionaba consuelos que hasta entonces no habías disfrutado. Padecías de au– sencias, sentías pesadez en la cabern, palpitaciones brus– ca~ en el corazón ... Más de una vez se te ocurrió P<'nsar si estarías enferma, pero tú, por no se qué conocimiento interno, sabías que aquello no era enfermedad, que era algo tan dulce, en medio de su amargor... Pronto surgie– ron en tu interior ideas desconocidas, mundos extraños, sueños sin realizar ... Las preocupaciones de tu infancia se vieron suplantadas por otras más hermosas y más in– teresantes ... Comenzaste a pensar en vestidos, en diversiones. Te miraste al espejo con más frecuencia y detención que en años anteriores, y hasta anhelaste que los hombres se fi-

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