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simo. ¡ Ay del hombre o de la mujer que _i.:ae en labios de una mujer celosa.! Ni la fama ni el honor, ni el talento, ni las riquezas, ni nada de cu!mto puede representar algo bueno quedará sin manchar! Don Jacinto Benavente tiene en su comedia <:Leccio-– nes de buen amorÍ' una eseena hermosísima a este res– pecto. Federico es un joven abogado. Su amigo Eugenio tiene que emprender un viaje urgente y le entrega, en custo– dia, a su hijo Titín. Federico tiene una mecanógrafa Cla– rita, qne logra entusiasmar al chiquillo y lo trata co~ ca– riüo de madre Un buen día la joven mecanógrafa se ve seguida de cerca por Leonor que, en algún tiempo, "ha. bló" con Federico. La escena se desarrolla de esta ma– nera. ,Clarita. Usted perdone, don Federico; tengo que de– cirle algo que 110 hubiera querido decirle. pero lo ha de saber usted y prefiPro que sea por mí. Feclcrico.--- ¡ M,· asusta ustecl ! ¿qué es ello? Clarita. --No: nada grave. Esta mañana, cuando lr dije a usted que si me permitía. ir a mi cc:sa porqn:, lrnlJL ( e jado a mi 1nadre un poco enferma, no era verdad; era qur' a esa hora había quedado en ir a visitar a una persona que usted conoce, que antes me había escrito diciéndome que deseaba, que le era preciso hablar conmigo, que dón– de podría verme. Y yo_ no sé si hice mal en no decírselo a usted antes, pero preferí saber primero de lo que se tra– taba; no quería molestar a usted si era una insignifi– cancia. Feclerico.--¿Y era? Clarita. --Esa persona usted ya puede suponer quién pudo ser. Feclerico.--Supongo ... una mujer... Leonor ... Y ante estas suposiciones le habrá usted contestado como se me– rtcía... Clarita.--No; todo me ha parecido muy natural en una mujer celosa.» * * *

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