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hermosura y las demás cualidades que (Tec tener en sumo grado. Se figura que la historia no se puedP escribir sin hablar de ella. En esta edad surgen las intrigas amorosas y las luchas femeninas. ¿Lleva fulanita tal vestido? No ha de ser sólo ella. ¡También yo puedo llevarlo! Y lo exige con todo el despotismo y el descaro de que es capaz. ¿Menganita se ha «acaparado.> aquel elegante militar? ¿Por qué voy a sPr yo menos') ¿Qué se habrá crrído ella? Y empieza la lucha. Y la joven sale para que la vean, y baila para que la vean, y presume de cosas verdadera– mente ridículas: Del cabello, dP los ojos, de las manos, de la manera de andar ... El joven Narciso Pero ¿qué sucede ordinarianwntp a esas locas adora. doras de sí mismas? Lo que le sucede al pavo real. Pri: sume de su hermoso plumaje entre todas las aves de co. rral, pero apenas abre el pico lo er:ha todo a perder con lo desagradable de sn graznido. O lo que le sucedió al Narciso de la fábula, que a fuer - za de mirarse y mirarse en el cristal de las aguas, los dio– ses, en castigo de su estúpida vanidad, 1P convirtieron en flor ¡A cuántas jóvenes les sucede parecido! Se entre- gan tan locamente en brazos de la vanidad que llega un momento en que ellas mismas quedan avergonzadas del ridículo que han hecho. Se creyeron poco menos que dio– sas, y la realidad de la vida les hizo ver que no pasaban de ser unas vulgares mujeres. Y vino el desengaño, y el no resignarse a ser como las demás. y el creerse desgra .. ciadas porque todo el tinglado qne ellas mismas habían montado en su imaginación se vino abajo, como se viene abajo el edificio de papel al menor soplo de aire que le azota. Joven, no seas vanidosa. No presumas con exceso de esas cualidades que el Señor te ha dado pues como te

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