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cuando oyese ruido, pero cuando el ruido llegó no pudo contener la curiosidad y miró. ¡Cuántas jóvenes' prefieren caer desmayadas ante los cadáveres del cuarto de Barba Azul o quedar convertidas en estatuas de saL antes que vencerse en su curiosidad! Y no me digas que en eso de la curiosidad puede ha ber grados y que no a todas las que se dejaron arrastrar de ella les sucedió algo desagradable. Hay muchas muje– res que fueron curiosas y no cayeron. Aun concediendo lo que dices, que es mucho conceder, no por eso debes clP ponerte en el peligro. Si la mujer de Lot no hubiera mirado atrás no hubiera experimentado el castigo. No tP fíes de que una o más veces no h'.1ya seguido a tu curio– sidad una caída. Pero no cabe duda de que estás al borde del precipicio. Es la eterna historia del que se hizo a la mar en una peqneüa barquilla. Salió y volvió, y así salió y volvió algunos días mús, pero el día que menos lo espr!– ró, cuando el mar estaba al parecer más sereno, la bar quichuela naufragó. Nuestro Lope de Vega lo dijo en her– mosos versos. No mires los ejemplos ele las que van y tornan, que a muchas ha percliclo la dicha de las otras. Por tanto, amada joven, no te fíes demasiado de que, a pesar de tu curiosidad, has hecho este y el otro via1e sin que nada malo te haya sucedido. Lo que no acaece el primer día ni el segundo, ni el décimo, puede suceder Pl undécimo, 'Tampoco el joven Leandro se ahogó en el PJimer viaje en que atravesó el Helesponto. Fué y volvió muchos días a ver a su amada Eros, pero cuando él me– nos lo esperó, cuando tal vez nadó con más ímpetu y con más confianza en sí mismo, se ahogó. Así sucede a mu– chas jóvenes curiosas. Juegan con el agua, se lanzan a ella sin tomar las debidas precauciones e incluso llegan a olvidarse de que el agua tiene a veces dentro de sí la muerte. ¡Se ahogan!

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